Hay quien dijo que lo más profundo es la piel. Como sea, la piel es la frontera con el mundo. La superficie de la belleza y el lugar de las heridas. Aunque lo disimule, el ojo también es piel. Una particularmente vulnerable. El exterior/interior se organiza en la mirada. Este espacio tiene que ver con la construcción de un modo de mirar. Una forma de subjetividad a través de un modo de mirar teatro.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Premio Teatro del Mundo 2013

Onofre Lovero (1925/2012)
Premio Homenaje 2013
Este jueves 28 a las 4 de la tarde, en la sala Batato Barea del Centro Cultural Rojas, Corrientes 2038, se entregarán los premios Teatro del Mundo en su 16a edición.
Estos galardones otorgados por el Área de Historia y Teoría Teatral del Centro Cultural Rojas, se diferencian de otras distinciones porque incluye trabajos destacados (no nominaciones) y un Premio Mayor en cada rubro.. Entre los rubros originales sobresalen Adaptación, Espectáculos Extranjeros, Traducción, Ensayística, Labor en Edición, Revistas, Fotografía Teatral, Diseño de Títeres, Objetos, Accesorios y Mecanismos Escénicos, Teatro para Niños, así como Premios Especiales, este año Teatro en San Juan, Teatro en Bahía Blanca, Teatro en Entre Ríos y Teatro en Patagonia.
¡Felicitaciones a los teatristas destacados este año!

Lista de destacados por rubro

sábado, 9 de noviembre de 2013

Entrada Invitación: Los dones de la piedad

Marionetas Orsini
Un banquete inesperado para los sentidos

Por Patricia Lanatta *


El titiritero ingresa desde la platea, sube al escenario y agita suavemente sus manos,  en adelante, su cuerpo es el instrumento que articulará lo que sigue, sencillamente un espectáculo sublime, que pide a gritos silenciosos: “piedad, señores, piedad”.
Sobre el escenario están ellos, sus personajes: objetos y marionetas muy diferentes desde su estructura y materialidad, sin embargo todos, absolutamente todos, coinciden en algo: su fragilidad. Una iluminación tenue los descubre de a poco, suspendidos algunos desde un perchero. Desde una caja, de cartón y envejecida, surge un mono que apenas si se anima a salir de su guarida. Sabe (y nos lo hace saber) que necesita del titiritero para ser. Nos regala en el piano a escala de su pequeño cuerpo, unas breves melodías y, a pedido de Orsini, se retira de la escena, no sin refunfuñar. Se lo puede imaginar con historia de pianista en bares lejanos en el tiempo. Los dedos de Orsini se desdibujan hábilmente, entre los hilos de esta marioneta, y con movimientos minuciosos y delicados, lo vemos pensar, vacilar y tocar un pianito de juguete.  Aparece luego, una suerte de almita perdida, diminuta, sin rostro. Una figura (marioneta) metafórica, que bien puede representar a cualquiera de nosotros, los espectadores, en alguna circunstancia desesperada. Sólo quiere volar un poco y luego se va. Para esta marioneta los movimientos son más largos y fugaces; sólo se aquieta ante el abrigo de su manipulador.
Los títeres de Rubén Orsini –por lo menos en esta versión- apelan a aquellos seres desposeídos, no sólo de bienes materiales sino de esos tesoros espirituales  que sólo el tiempo y el amor pueden aliviar. También está presente –por alguna íntima razón- la vejez. Y ahí está el marionetista, para infundir a sus criaturas piedad, tanta. De su mano llega un mendigo, de edad avanzada, hambriento y lastimado. Las manos de Orsini se enguantan para alimentarlo y, al mismo tiempo, son las del personaje. Los cuadros se suceden con gran intensidad, la música en todo momento enriquece las situaciones dramáticas y recalan en el humor, porque también las criaturas de Rubén Orsini pueden provocar la risa de la vida misma.

Uno con otro

En el espectáculo sólo vemos UNO: títere y titiritero. Uno le da vida al otro y éste le aporta su materia para simplemente ser y dejar de ser. El rostro de Orsini marca el pulso de las emociones en cada historia de vida: cuando acuna a un viejo enamorado, que se despide de su amada, por ejemplo. El personaje se construye con una cara, un saco y las manos del titiritero que se asoman de las mangas, para abrazar a una mujer con figura de madera, aunque a nuestros ojos es etérea. Casi hasta adivinamos que en su juventud pudo ser bella, a juzgar por su armoniosa figura. En este cuadro hay mecanismos muy interesantes, que se desprenden desde un sombrero del titiritero para articular un hombre que deberá empezar a duelar, aunque no solo. Hay más personajes: una dama de edad madura, que busca una noche de amor y se confunde con el cuerpo del titiritero en besos y pasión. Sólo una cabeza y un pilotín bastan para recrear la escena. Una antigua muñeca a cuerda, como salida de un circo de una época de antaño, que toca muchos instrumentos mientras entrecierra sus ojos; un títere equilibradamente animado con la técnica de manipulación directa. Sobre el final, el espectador conocerá a otro anciano, descreído, que sin embargo aprenderá que todavía es posible soñar. En este cuadro los mecanismos creados por Orsini son sorprendentes.

Hay pericia, creatividad y poesía en este material que nos brinda Rubén Orsini, con una enorme comprensión puesta en las vidas que anima. Ciertamente es un unipersonal bello, escrito para titiritero solista y marionetas que no hablan. No es necesario, son sus cuerpos los que dicen. De pie, con aplausos estruendosos, como para que este Rosarino (en apariencia tímido) vuelva a salir detrás del telón, el público se va asombrado, después de haber hecho catarsis frente a las distintas realidades de los protagonistas; hecho que subraya la excelencia de un artista, de cosecha nacional.
Ficha Artística:
Marionetas Orsini
Libro, interpretación y dirección: R. Orsini
Diseño de marionetas y objetos: R. Orsini

Funciones: viernes de noviembre, 20 hs.
Sala Raúl González Tuñón
Centro Cultural de la Cooperación – Corrientes 1543



* Periodista, crítica e investigadora teatral

jueves, 24 de octubre de 2013

Campos de color

 "Creo que el problema no está en ser abstracto 
figurativo.  Lo que hay que hacer es ponerle fin a ese 
silencio y a esa soledad, respirar y extender los brazos 
de nuevo", Mark Rothko

 Untitled, Mark Rothko, 1969
Hay ropas por todas partes, cubriendo el piso, las paredes; ropa colgada. Para llegar a sus asientos, los espectadores deben caminar sobre un tendal  de ropas usadas. Un cuadrilátero tapizado de ropas que conservan gestos de cuerpos ausentes. Estallidos de color, texturas como pinceladas densas, irregulares. Un juego de intensidades compone este espacio abstracto que asalta sensorialmente a los desprevenidos espectadores. Superficies que albergan una interioridad sin nombre.
Cuando empecé a escribir Pueden dejar lo que quieran -sostiene Rubio-  comencé a pensar en la acumulación de ropa y a pensar en un espacio. En la ropa también como un símbolo contenedor y, a partir de esa idea, la posibilidad de construir un espacio, un edificio, una arquitectura que fuera el lugar donde la obra sucediera, donde el espectador anduviera y donde los actores se movieran”. Un universo de telas y color que dicen sin decir.
 Rubio construye un espacio abstracto que dialoga con las formas intrínsecas del relato. “Los espacios que yo construyo en mi imaginación - afirma el teatrista-  son concretos pero totalmente abstractos a la vez”. Un espacio que, tiene que tener -enfatiza- un correlato con la historia, con la palabra en niveles de complejidad estructural. Pero no cualquier palabra. Rubio interviene sobre la palabra y pondera  el silencio como elementos nucleares de  su universo poético.[1]
La  pintura de Mark Rothko  es  una metafísica de la abstracción. Con sus espacios extensos  y bloques de color, vibrantes, me remite de algún modo el espacio creado  por nuestro dramaturgo.
Formas simples, rojas, naranjas, dramáticas en su contundencia. Rectángulos que, lejos de mantener su autonomía, expanden sus límites. Difusos, contaminan el fondo. Un espacio potente. Misterioso. Que conecta a los espectadores con lo humano, individual y colectivo.  
El relato propio entre relatos otros de formas indefinidas, que Rubio plantea en su teatro, evocan el arte de Rothko. Esas figuras geométricas, silenciosas, humanas en su imperfección, que alimentan y son alimentadas por el fondo común donde parecen fundirse.




Fragmento de Las texturas de la memoria, Lydia Di Lello, ponencia presentada  en el reciente IX |Coloquio Internacional de Teatro de Montevideo, sobre la obra-instalación de Fernando Rubio Pueden dejar lo que quieran, ya comentada en este espacio. 

viernes, 6 de septiembre de 2013

Serie Cerro. El festín de la escena Cerro



Tu teatro acabalgado de asombro asombra, asoma de tanta poesía.
Arturo Carrera

"La profusión entre barroca y kitsch de Cerro aparece también en la puesta de Las Tilas, dice la crítica: “En Las Tilas se encuentra otra vez su barroquismo posmoderno, en forma y contenido. Un caudaloso reciclaje de materia de desecho, que arroja a borbotones para que estalle”. Los protagonistas nos cuentan pormenores de una función antológica:

En el estreno en el Die Schüle, –narra Roberto López– no teníamos escenografía, solo unos telones de Elba Bairon pintados en un rojo fogoso que usábamos de telón de fondo y dos sillas viejas. Cuando Emeterio llegó de Francia y vio eso no le satisfizo completamente, quería algo más barroco. Entonces salimos muy tarde de noche a buscar algo por las calles ya que al otro día era el estreno. Fuimos con Rodolfo Sanz y él encontró unas bolsas cerradas en la calles, a la espera del basurero municipal. Las abrimos y eran infinidad de panes duros. Nos miramos los tres y coincidimos: llenamos el escenario de panes duros. Luego, como se cortó la luz, Sanz llenó el escenario de 250 velas y así salimos al público y a la crítica.

Los personajes hiperbólicos de nuestro dramaturgo se mueven en este espacio habitado de objets trouvés que encienden la imaginación. Del mismo modo, el cuerpo de sus actores hace carne ese universo del exceso".

Fragmento de El festín de la escena Cerro, Lydia Di Lello. 
Publicado en la Revista on line Palos y Piedras del CCC 

domingo, 1 de septiembre de 2013

El vuelo del cuerpo

El país del espejo. Ana Armas, Daniela Fiorentino. Dirección: Inés Armas
Una reina roja viene remolineando desde el fondo virtual de un espejo falso. Una figura mágica  que abre el mundo poético del dislocamiento. El disloque del tiempo y del espacio de todo viaje imaginario. En El país del espejo la imaginación viaja desde el cuerpo de una niña, Juana, inspirada en aquella Alicia, la de A través del espejo.
 La fábula parte, en rigor, de una pintura en el extremo del escenario que se vuelve personajes. Una pantalla sobre la que se proyectan imágenes deviene ese espejo falso que crea el espacio ilusorio que organiza la acción.
La danza aérea es aquí el  recurso que transforma el cuerpo cotidiano de Juana en un cuerpo extraordinario. Ana Armas crea la ilusión de caminar sobre este espacio virtual, se replica, se desdobla. Su imagen se disloca en este espejo ilusorio, se mueve a destiempo y atraviesa el aire.
Su cuerpo de niña se pliega y repliega transitando por los arabescos de su imaginación de la mano de la Reina Roja de Ajedrez, Daniela Fiorentino, que desmadeja un cuerpo vibrante de colores, texturas y gestualidad clownesca. Ella anima con sutileza sus criaturas, los títeres que vienen a habitar el espacio escénico.
Danza aérea, clown, títeres, video. Este cruce de lenguajes genera una multiplicación de espacios que resulta en una multiplicación de cuerpos interactuando en escena. El cuerpo real de las actrices, el cuerpo virtual del espejo y el cuerpo de los títeres interactuando con el cuerpo de los espectadores, chicos y adultos atrapados por este viaje fabuloso.
Niña y reina se tensan, se pierden, se encuentran. La reina insiste en tomarle las medidas a Juana, ella grácil, se escapa del  centímetro, esto es, del mundo del disciplinamiento. En cambio, accede gustosa cuando la reina juega a dirigir sus movimientos con una bombilla, que funciona como un joystick. Es el mundo lúdico al que Juana no se resiste. Juego de dobles y dislocamiento del espacio son el elemento poético elegido para que este personaje se escape del orden.
Finalmente, los seres fabulosos que acompañan a Juana vuelven a fundirse en la planimetría del cuadro indicando el  fin del viaje. Un viaje de cuestionamiento a la identidad como reafirmación de la identidad. Es hermoso viajar, pero también volver a casa, el lugar del nombre.



lunes, 5 de agosto de 2013

Diálogo con el teatrista Jorge Eines

Tercer Congreso Internacional Artes en Cruce
Los espacios de la memoria
Memorias del porvenir

En el marco de la conmemoración de los cincuenta años de la Carrera de Artes
6 al 11 de agosto de 2013

Mesa.
El director teatral Jorge Eines en diálogo con Lydia Di Lello
Exilio, dirección teatral, pedagogía, entre España y la Argentina

Jueves 8 de agosto de 2013, 17 a 18 horas
Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti
Sala Casullo
Avenida del Libertador 8151 –Ciudad Autónoma de Buenos Aires



martes, 23 de julio de 2013

La actuación teatral

Este miércoles 24 de julio, a las siete de la tarde, en el marco del X Congreso Argentino de Historia del Teatro Universal, presentamos el libro La actuación teatral: estudios y testimonios (Editorial de la Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca , 2013).
El texto incluye mi Desde la técnica hacia el talento. Actores entrenándose con Jorge Eines, una suerte de puesta en práctica de un modo de mirar; mi registro de un seminario de formación actoral de este prestigioso director y catedrático en  interpretación. 


Centro Cultural Ricardo Rojas
Auditorio Abuelas Plaza de Mayo
Corrientes 2038 Planta Baja - Ciudad Autónoma de Buenos Aires

lunes, 24 de junio de 2013

La Trampa de la Realidad

Pompeyo Audivert y Horacio Peña en El Crítico, TMGSM
“Existen cualidades -escribe Jean Paul Sartre- que nos llegan sólo por los juicios de los demás”. Un artista, en tanto hacedor de objetos simbólicos, debe enfrentar la valoración social de su obra; puede rechazarla o aceptarla, pero no ignorarla. En su pieza teatral El Crítico (si pudiera cantar me salvaría), Juan Mayorga propone una suerte de elipse: en un extremo el artista, en el otro el crítico. El recorrido, un duelo dialéctico entre ambos. Duelo sin concesiones. La escena es el campo de poder, diría Bourdieu, donde se juega este combate en el que cada uno pretende dominar al otro. 
Volodia es el consagrado crítico teatral que vuelve a casa después de una función y se dispone ceremoniosamente a escribir la crítica de lo que ha visto. Pero es interrumpido, en rigor, perturbado por la inesperada visita del autor, Scarpa, un dramaturgo que ha vivido pendiente de la voz autorizada de Volodia. Éste no es un mero evaluador, sino una suerte de segundo autor cuya mirada completa la obra.
Esta noche, la mirada se invierte. El dramaturgo pretende observar cómo el crítico escribe su reseña. Pero este encuentro se parece mucho a un reto, una provocación. El autor busca la aprobación del crítico. O su destronamiento. Dos actores excepcionales, Horacio Peña y Pompeyo Audivert, son los pugilistas que intercambian palabras como golpes y ponen el cuerpo en esta contienda sobre el escenario. Los ojos son estiletes; las palabras, tajos.
Hasta aquí la obra discurre como una confrontación apasionada entre dos contendientes de un campo de poder intelectual. Hasta que Mayorga introduce un elemento extraño a este discurso teatral: la vida (la vida cruda, casi indisimuladamente no poética) intrusa la escena.
Volodia cuestiona fuertemente al personaje femenino de la obra. Esa mujer que retrata el dramaturgo, dice, es una mentira y delata su profundo desconocimiento del universo femenino. El autor defiende su creación y atribuye el problema a la mala interpretación de la actriz. Hay aquí una trampa. Mayorga introduce un desvío de algún modo perverso en este juego de fuerzas entre dramaturgo y crítico. Scarpa, inesperadamente, infiltra una variable de otro orden que drásticamente altera el plano de la discusión. La realidad intrusa la escena. El personaje es una copia de una mujer real. Y no cualquier mujer. El crítico trastabilla. La escena trastabilla, lo “real” la ha desbaratado.
Este giro discursivo, de algún modo, debilita la potencia de la propuesta. De un planteo universal se desvía hacia uno singular. De uno teatral a otro de una “realidad” impostora.
En todo caso, está claro que una verdad de la vida es falsa en el teatro. La verdad del teatro se construye necesariamente como una verdad otra.







sábado, 11 de mayo de 2013

Sangre de mentirita



Las tragedias, lo sabemos, terminan mal. Pero, cuando Gabriel Chamé Buendía lo explicita en el título de su versión de Othelo, nos causa gracia. Esto que, parece apenas un chiste, devela, sin embargo, un procedimiento que se multiplica en su obra: una  puesta en clave de clown de la pieza shakespereana. La verdad trágica revelada en el humor. Una boutade que nos lleva a  reflexionar  involuntariamente sobre la tragedia, el ascenso y la caída del protagonista. La precipitación hacia el ineludible desastre.
Conocemos la epopeya de sí mismo que narra el moro para conquistar a Desdémona; el relato hiperbólico de sus hazañas que despiertan la piedad y admiración de la joven. Chamé Buendía atiborra el formato canónico con una serie de anécdotas delirantes, graciosísimas. Son, acaso, una puesta en abismo del discurso de Shakespeare. De eso se trata, no importa la veracidad de la narración, cuán disparatadas resulten las hazañas; se trata de que la red tejida por el relato atrape el deseo. Y es irresistible. Se produce un efecto de distanciamiento y profundización que reenvía al texto original.
La profusión de sangre que habita el universo trágico de Shakespeare también está presente, desde luego. Sólo que aquí se materializa en un aerosol que lanza “fideos” de sangre que inundan la escena cada vez que la violencia estalla.
Paradojalmente, la tragedia es potenciada por la farsa. Cuatro actores camaleónicos y recursos creativos que parecen inagotables recrean un Shakespeare genuino, potente. Vital y contemporáneo. 

domingo, 7 de abril de 2013

El saquito rojo



Pueden dejar lo que quieran de Fernando Rubio www.festivaldeteatroba.gob.ar

Cuerpos que son ropas, ropas que son cuerpos. Los personajes acostados (¿muertos?) se invisiblizan en el piso tapizado de ropas. Mimetizados con el territorio de texturas y colores, sólo aparecen cuando se ponen de pie como si surgieran ante un llamado silente.
Avanzo sobre ese tendal de prendas que cubre todo el espacio escénico. Es inevitable pisarlas, no importa cuán cuidadosa sea. Una sensación de extrañamiento me invade ante la conciencia de pisar la ropa de alguien. Acaso similar extrañamiento al que expresan los personajes: “No reconozco este lugar -dicen- en el que  vivo”.
Las ropas son historias. Cada una tiene  una nota que cuenta la anécdota que habitó esas telas: la alegría cuando estrenó aquel saquito, la camisa del momento último… Telas que rozaron cuerpos, que conservan las formas de sus gestos. Telas, entonces, que testimonian cuerpos ausentes. El lenguaje silencioso de las ropas se apodera de la atmósfera.
Lo que uno ve en Pueden dejar lo que quieran, la obra-instalación que Fernando Rubio presenta por estos días en Buenos Aires, lo afecta emocionalmente. Y, a la vez, la emoción abre la mirada.
Es la tragedia de un hombre. De todos los hombres ante la irreversibilidad de la muerte. Boltanski[1], así se llama, pierde a su familia en un accidente e intenta recuperarla a través de su ropa. Cada prenda porta una historia de vida  y él se dedica amorosamente a reconstruirla. Porque sintió que era la forma más precisa de amor que había encontrado. Toda ropa tiene algo espectral. El fantasma de los cuerpos que abrigó. Las huellas de esos cuerpos amados.
Él, tan espectral como sus propios muertos, involucra a un grupo de extraños. Extraños que dicen su pérdida. Misteriosamente, todos sueñan su sueño.Y lo dicen coralmente. En un relato múltiple que se singulariza con el mero correr de cortinados de ropa que divide  la escena en cubículos. Pequeños cuartos donde los personajes van rotando, apropiándose de  la narración. La escucha se hace íntima. Una misma historia es narrada sincrónicamente por todas las voces. Pero el relato que sucede en el cubículo vecino se filtra con sutiles desajustes de tiempo. Palabras que atrasan, palabras que adelantan, iteraciones.Voces más próximas o más lejanas cuentan la misma historia desfasada. Un lenguaje espacializado por los cortinados de ropa con mínimas discordancias temporales que lo fragmentan y multiplican. Sin embargo, el lenguaje no es la vida, el lenguaje da órdenes a la vida.
El universo poético de Rubio opera sobre el lenguaje  para deshacer las órdenes que el lenguaje le da a la vida. Nos unen las historias. Pero hay siempre un más allá no dicho, inaprehensible en cada historia.




[1] Homenaje a Christian Boltanski, fotógrafo, escultor y cineasta francés. Presentó en  el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires la instalación “Migrantes”.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Serie Cerro. Las santas travestidas



"Divine, la protagonista de la novela genetiana Notre-Dame-des-Fleurs, es una travesti canonizada al morir. Hubo un tiempo en que muchos reían con la risa de los “Divine”, la enorme “loca” de Jean Genet, diría Néstor Perlongher. Una “drag-queen” de los bajos fondos devenida santa.
Según Jean Paul Sartre, Divine es poéticamente mujer, pero ni ella misma quiere serlo por completo. Quiere -dice- ser “hombre-mujer”. Divine es mujer en su imposibilidad de serlo: “quiere ser mujer porque ella no lo es ni lo será nunca”. Finge la femineidad para paladear la imposibilidad radical de feminizarse. Todo es falso en ella, (…) Se burla de ser mujer y lo que quiere es ser falsa. (…)
En la dramaturgia de Emeterio Cerro hay, como en la pluma del escritor francés, personajes travestidos y ambiguos. Santos y obscenos. Cerro y Genet eligen personajes donde se juegan las tensiones entre “naturaleza” y artificio, femenino y masculino, lo santo y lo zafio."
Fragmento de Las santas travestidas. Un cruce: Emeterio Cerro, Néstor Perlongher, Jean Genet, Lydia Di Lello,  publicado en revista Conjunto, Casa de las Américas N° 165.

lunes, 21 de enero de 2013

Los hilos del cuerpo



I
Inés Armas y Daniela Fiorentino en Cuerpo Extranjero
Un cuerpo rebota como una pelota al ritmo que le impone un brazo, el brazo de otro cuerpo. El brazo se retira pero el cuerpo, obediente a la mano fantasma, continúa rebotando. Esta escena pertenece a Cuerpo extranjero el espectáculo  (Premio Teatro del Mundo 2012), que la Compañía Móvil (la bailarina Inés Armas y el director Fagner Pavan) y la titiritera Daniela Fiorentino presentaron en El Portón de Sánchez,  una experiencia de cruce fascinante de danza y teatro de títeres.  
Danzarina, titiritera y un cuerpo otro, el de un muñeco de estopa antropomórfico son cuerpos en movimiento que inventan mundos. Se replican, se oponen, se observan, se respiran en un juego permanente de moverse, mover y ser movido. La titiritera anima a sus criaturas, muñeco y bailarina, comprometiendo todo su cuerpo.  El cuerpo del títere se multiplica. El de la bailarina se expande y se encoge. En ese juego de tensiones se somete, pero también se resiste. En esa disonancia, la del cuerpo que se rehúsa a la manipulación, ese cuerpo se constituye esporádicamente  en Sujeto.
Hay música, de fuerte presencia en la escena. Pero no hay palabras. La danzarina se desplaza calladamente. En un silencio habitado sólo por su respiración, el roce de sus pies contra el piso y el susurro de sus brazos en el aire. Apenas un grito casi animal, de cuando en vez. Pero un grito excéntrico, emitido por la titiritera. El grito del cuerpo fuera del cuerpo. Una voz extranjera.
Atado o desatado, este trío singular se entrevera en toda suerte de vínculos. Son entrañables las recreaciones de pequeñas situaciones cotidianas. Pero duele el muñeco acorralado, violentado contra la pared. Vaciado, su relleno se desparrama impiadosamente como material de desecho en el piso. El mismo material que, en un montículo al fondo del escenario, recuerda la materia primigenia.
La acción dramática avanza. Bailarina y titiritera se transfiguran, sus cuerpos son ya de estopa, el rostro se pierde. Rostro que es todos los rostros. Rostro de Nadie. Del cuerpo, centro y enigma, del sí mismo y la alteridad se ocupa esta pieza.