Hay quien dijo que lo más profundo es la piel. Como sea, la piel es la frontera con el mundo. La superficie de la belleza y el lugar de las heridas. Aunque lo disimule, el ojo también es piel. Una particularmente vulnerable. El exterior/interior se organiza en la mirada. Este espacio tiene que ver con la construcción de un modo de mirar. Una forma de subjetividad a través de un modo de mirar teatro.

sábado, 11 de mayo de 2013

Sangre de mentirita



Las tragedias, lo sabemos, terminan mal. Pero, cuando Gabriel Chamé Buendía lo explicita en el título de su versión de Othelo, nos causa gracia. Esto que, parece apenas un chiste, devela, sin embargo, un procedimiento que se multiplica en su obra: una  puesta en clave de clown de la pieza shakespereana. La verdad trágica revelada en el humor. Una boutade que nos lleva a  reflexionar  involuntariamente sobre la tragedia, el ascenso y la caída del protagonista. La precipitación hacia el ineludible desastre.
Conocemos la epopeya de sí mismo que narra el moro para conquistar a Desdémona; el relato hiperbólico de sus hazañas que despiertan la piedad y admiración de la joven. Chamé Buendía atiborra el formato canónico con una serie de anécdotas delirantes, graciosísimas. Son, acaso, una puesta en abismo del discurso de Shakespeare. De eso se trata, no importa la veracidad de la narración, cuán disparatadas resulten las hazañas; se trata de que la red tejida por el relato atrape el deseo. Y es irresistible. Se produce un efecto de distanciamiento y profundización que reenvía al texto original.
La profusión de sangre que habita el universo trágico de Shakespeare también está presente, desde luego. Sólo que aquí se materializa en un aerosol que lanza “fideos” de sangre que inundan la escena cada vez que la violencia estalla.
Paradojalmente, la tragedia es potenciada por la farsa. Cuatro actores camaleónicos y recursos creativos que parecen inagotables recrean un Shakespeare genuino, potente. Vital y contemporáneo.