Las tragedias, lo sabemos, terminan mal. Pero, cuando
Gabriel Chamé Buendía lo explicita en el título de su versión de Othelo, nos causa gracia. Esto que,
parece apenas un chiste, devela, sin embargo, un procedimiento que se
multiplica en su obra: una puesta en
clave de clown de la pieza shakespereana. La verdad trágica revelada en el
humor. Una boutade que nos lleva a reflexionar involuntariamente sobre la tragedia, el
ascenso y la caída del protagonista. La precipitación hacia el ineludible
desastre.
Conocemos la epopeya de sí mismo que narra el moro para
conquistar a Desdémona; el relato hiperbólico de sus hazañas que despiertan la
piedad y admiración de la joven. Chamé Buendía atiborra el formato canónico con
una serie de anécdotas delirantes, graciosísimas. Son, acaso, una puesta en
abismo del discurso de Shakespeare. De eso se trata, no importa la veracidad de
la narración, cuán disparatadas resulten las hazañas; se trata de que la red
tejida por el relato atrape el deseo. Y es irresistible. Se produce un efecto
de distanciamiento y profundización que reenvía al texto original.
La profusión de sangre que habita el universo trágico de
Shakespeare también está presente, desde luego. Sólo que aquí se materializa en
un aerosol que lanza “fideos” de sangre que inundan la escena cada vez que la
violencia estalla.
Paradojalmente, la tragedia es potenciada por la farsa. Cuatro
actores camaleónicos y recursos creativos que parecen inagotables recrean un
Shakespeare genuino, potente. Vital y contemporáneo.