Pueden dejar lo que quieran de Fernando Rubio www.festivaldeteatroba.gob.ar |
Cuerpos que son ropas, ropas que son cuerpos. Los personajes
acostados (¿muertos?) se invisiblizan en el piso tapizado de ropas. Mimetizados
con el territorio de texturas y colores, sólo aparecen cuando se ponen de pie
como si surgieran ante un llamado silente.
Avanzo sobre ese tendal de prendas que cubre todo el espacio
escénico. Es inevitable pisarlas, no importa cuán cuidadosa sea. Una sensación
de extrañamiento me invade ante la conciencia de pisar la ropa de alguien.
Acaso similar extrañamiento al que expresan los personajes: “No reconozco este
lugar -dicen- en el que vivo”.
Las ropas son historias. Cada una tiene una nota que cuenta la anécdota que habitó
esas telas: la alegría cuando estrenó aquel saquito, la camisa del momento último…
Telas que rozaron cuerpos, que conservan las formas de sus gestos. Telas,
entonces, que testimonian cuerpos ausentes. El lenguaje silencioso de las ropas
se apodera de la atmósfera.
Lo que uno ve en Pueden
dejar lo que quieran, la obra-instalación que Fernando Rubio presenta por
estos días en Buenos Aires, lo afecta emocionalmente. Y, a la vez, la emoción
abre la mirada.
Es la tragedia de un hombre. De todos los hombres ante la
irreversibilidad de la muerte. Boltanski[1],
así se llama, pierde a su familia en un accidente e intenta recuperarla a
través de su ropa. Cada prenda porta una historia de vida y él se dedica amorosamente a reconstruirla. Porque sintió que era la forma más precisa de amor
que había encontrado. Toda ropa tiene algo espectral. El fantasma de los
cuerpos que abrigó. Las huellas de esos cuerpos amados.
Él, tan espectral como sus propios muertos, involucra a un grupo de extraños. Extraños que
dicen su pérdida. Misteriosamente, todos
sueñan su sueño.Y lo dicen coralmente. En un relato múltiple que se singulariza con el
mero correr de cortinados de ropa que divide
la escena en cubículos. Pequeños cuartos donde los personajes van
rotando, apropiándose de la narración.
La escucha se hace íntima. Una misma historia es narrada sincrónicamente por
todas las voces. Pero el relato que sucede en el cubículo vecino se filtra con sutiles desajustes
de tiempo. Palabras que atrasan, palabras que adelantan, iteraciones.Voces más
próximas o más lejanas cuentan la misma historia desfasada. Un lenguaje
espacializado por los cortinados de ropa con mínimas discordancias temporales
que lo fragmentan y multiplican. Sin embargo, el lenguaje no es
la vida, el lenguaje da órdenes a la vida.
El universo poético de Rubio opera sobre el lenguaje para deshacer las órdenes que el lenguaje le
da a la vida. Nos unen las historias. Pero hay siempre un más
allá no dicho, inaprehensible en cada historia.
[1] Homenaje a Christian
Boltanski, fotógrafo, escultor y cineasta francés. Presentó en el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires la
instalación “Migrantes”.