Hay quien dijo que lo más profundo es la piel. Como sea, la piel es la frontera con el mundo. La superficie de la belleza y el lugar de las heridas. Aunque lo disimule, el ojo también es piel. Una particularmente vulnerable. El exterior/interior se organiza en la mirada. Este espacio tiene que ver con la construcción de un modo de mirar. Una forma de subjetividad a través de un modo de mirar teatro.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Serie Cerro. Las Medusas



La Cuquita, Emeterio Cerro (Colección López-Sanz)
La Medusa Murtola de Caravaggio es la quintaescencia del barroco. Su cabellera de serpientes en penumbra, su cara blanca de terror y esa boca abierta, oscura, abismal, que se tuerce en grito es la puesta en escena de la tragedia y la violencia. Una Medusa que aterra y a la vez está aterrada, de su muerte o acaso de su propia monstruosidad. Esta pintura exhibida en la muestra Caravaggio y sus seguidores en el MNBA no está pintada sobre un lienzo tradicional. Su soporte es un escudo de madera y esto no es azaroso.
Medusa, la más bella de las Gorgonas, la única mortal, es ambigua. Violada por Poseidón, después es transformada por la celosa Atenea en un monstruo con cabellera de serpientes que petrifica a quien la mire a los ojos. Pero, decapitada por Perseo, la imagen de esa cabeza horrorosa deviene el escudo protector de la diosa de la guerra.
El escudo-Medusa es sin duda eficaz. Lo miramos y retrocedemos. La imagen que grita su  muerte es un espejo que anuncia nuestra muerte.
Por esas cosas de la modernidad, la cabeza de Medusa, la imagen de la ira femenina, ahora estilizada, recuperando aquella belleza arrebatada por la maldición de Atenea, es el isotipo de la marca Versace. El escudo deviene en esta versión adelgazada del mito, en la efigie de una bella joven, rodeada de una anacrónica guarda griega. En Versace, Medusa es una suerte de belleza fatal, pero ha perdido ferocidad. Ya no petrifica, apenas es un signo de pretenciosa distinción.
Hay otra Medusa -teatral, pestañas largas y una boca rojo sangre-, también barroca, también fatal, perturbadoramente seductora. Es la fantástica Medusa de barbies, una de las pelucas que Rodolfo Sanz creó para el personaje de La Cuquita de Emeterio Cerro, en su puesta de 1995. La heroína es una diosa de los infiernos, una antropófaga sexual. Devora a sus amantes después del amor.
Bella y monstruosa, letal y protectora, la Medusa muta aquí en esta figura fatal cuyas serpientes son un entramado de muñecas barbies, ícono de un modelo femenino banal y exterior pero que oculta un pasado oscuro puesto que su creador se inspiró en una sex-doll alemana.
La muñeca de los sex-shops se convirtió en la Barbie, la muñeca burguesa que las niñas aman vestir y cambiar de ropa. En la cabeza del actor Roberto López están sin ropa; se invalida por tanto su sentido lúdico. Desnudas, numerosas y abigarradas, tienen algo de ominoso; una imagen que  desvía hacia cierta zona de vaciamiento de lo femenino.
Esta peluca entre kitsch y siniestra se abre a una multiplicidad de derivas de sentido. Inesperadamente el sexo fatal de la Medusa mítica se repite en la Medusa-Sanz*. Pero se repite como el sexo banalizado de Versace, un sexo de cuerpos de plástico.

* Más en Sexo y desmesura. El maquillaje en La Cuquita de Emeterio Cerro, Revista on line Palos y Piedras N° 16
  (en prensa).  

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Aún, la vida


Roberto López en Las Tilas de Emeterio Cerro
Una silla solitaria en medio de un aula gris. Roberto López se sienta, y de pronto ese espacio deviene un espacio Otro, un Tandil devenido mitológico. El actor interpreta un fragmento apenas de una escena de Las Tilas. Un quiebre en la cintura, los brazos que se elevan hacia el rostro y ya está allí, presente, una de esas maestras de teatro rural que juegan a ser diosas.
Una fotografía tomada al azar lo muestra en una postura corporal femenina, vulnerable. Hay mucha ternura detrás de la parodia feroz que pareciera primar en las piezas de Emeterio.
El teatro es inevitablemente teatro perdido. Pero los personajes no se despiden, viven cada vez que habitan el cuerpo de un actor. Algo de esto ocurrió en la entrevista Emeterio Cerro presente en la voz de sus protagonistas que coordiné en el marco de las XVIII Jornadas de Teatro Comparado, celebradas el 30 de noviembre de 2012 en el Centro Cultural de la Cooperación. Fue un modo, vicario sin duda, pero conmovedor, de recuperar el acontecimiento teatral Cerro en la voz, las imágenes y los cuerpos del actor Roberto López y el escenógrafo-vestuarista-director Rodolfo Sanz.
Cuando Cerro, radicado en París desde 1987, vuelve al país, en 1996, se estrena Las Guaranís en el Bauen con la actuación de López y la dirección de Sanz. Ellos lo saben sentado entre el público. La función termina y el dramaturgo emocionado, los abraza. Emeterio está muy enfermo. Muere al día siguiente. Estos artistas le han dado la última imagen de su teatro vivo en escena.