La Cuquita, Emeterio Cerro (Colección López-Sanz) |
La Medusa Murtola de Caravaggio
es la quintaescencia del barroco. Su cabellera de serpientes en penumbra, su
cara blanca de terror y esa boca abierta, oscura, abismal, que se tuerce en
grito es la puesta en escena de la tragedia y la violencia. Una Medusa que
aterra y a la vez está aterrada, de su muerte o acaso de su propia
monstruosidad. Esta pintura exhibida en la muestra Caravaggio y sus seguidores en el MNBA no está pintada sobre un
lienzo tradicional. Su soporte es un escudo de madera y esto no es azaroso.
Medusa, la más bella de las
Gorgonas, la única mortal, es ambigua. Violada por Poseidón, después es
transformada por la celosa Atenea en un monstruo con cabellera de serpientes
que petrifica a quien la mire a los ojos. Pero, decapitada por Perseo, la
imagen de esa cabeza horrorosa deviene el escudo protector de la diosa de la
guerra.
El escudo-Medusa es sin duda
eficaz. Lo miramos y retrocedemos. La imagen que grita su muerte es un espejo que anuncia nuestra
muerte.
Por esas cosas de la modernidad,
la cabeza de Medusa, la imagen de la ira femenina, ahora estilizada, recuperando aquella belleza
arrebatada por la maldición de Atenea, es el isotipo de la marca Versace. El
escudo deviene en esta versión adelgazada del mito, en la efigie de una bella joven,
rodeada de una anacrónica guarda griega. En Versace, Medusa es una suerte de
belleza fatal, pero ha perdido ferocidad. Ya no petrifica, apenas es un signo
de pretenciosa distinción.
Hay otra Medusa -teatral,
pestañas largas y una boca rojo sangre-, también barroca, también fatal,
perturbadoramente seductora. Es la fantástica Medusa de barbies, una de las pelucas que Rodolfo Sanz creó para el personaje
de La Cuquita de Emeterio Cerro, en
su puesta de 1995. La heroína es una diosa de los
infiernos, una antropófaga sexual. Devora a sus amantes
después del amor.
Bella y monstruosa, letal y
protectora, la Medusa muta aquí en esta figura fatal cuyas serpientes son un
entramado de muñecas barbies, ícono
de un modelo femenino banal y exterior pero que oculta un pasado oscuro puesto
que su creador se inspiró en una sex-doll
alemana.
La muñeca de los sex-shops se convirtió en la Barbie, la muñeca burguesa que las niñas
aman vestir y cambiar de ropa. En la cabeza del actor Roberto López están sin
ropa; se invalida por tanto su sentido lúdico. Desnudas, numerosas y
abigarradas, tienen algo de ominoso; una
imagen que desvía hacia cierta zona de
vaciamiento de lo femenino.
Esta peluca entre kitsch y
siniestra se abre a una multiplicidad de derivas de sentido. Inesperadamente el
sexo fatal de la Medusa mítica se repite en la Medusa-Sanz*. Pero se repite como
el sexo banalizado de Versace, un sexo de cuerpos de plástico.
* Más en Sexo y desmesura. El maquillaje en La Cuquita de Emeterio Cerro, Revista on line Palos y Piedras N° 16
(en prensa).
* Más en Sexo y desmesura. El maquillaje en La Cuquita de Emeterio Cerro, Revista on line Palos y Piedras N° 16
(en prensa).