Hay quien dijo que lo más profundo es la piel. Como sea, la piel es la frontera con el mundo. La superficie de la belleza y el lugar de las heridas. Aunque lo disimule, el ojo también es piel. Una particularmente vulnerable. El exterior/interior se organiza en la mirada. Este espacio tiene que ver con la construcción de un modo de mirar. Una forma de subjetividad a través de un modo de mirar teatro.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Entrada Invitación: Los dones de la piedad

Marionetas Orsini
Un banquete inesperado para los sentidos

Por Patricia Lanatta *


El titiritero ingresa desde la platea, sube al escenario y agita suavemente sus manos,  en adelante, su cuerpo es el instrumento que articulará lo que sigue, sencillamente un espectáculo sublime, que pide a gritos silenciosos: “piedad, señores, piedad”.
Sobre el escenario están ellos, sus personajes: objetos y marionetas muy diferentes desde su estructura y materialidad, sin embargo todos, absolutamente todos, coinciden en algo: su fragilidad. Una iluminación tenue los descubre de a poco, suspendidos algunos desde un perchero. Desde una caja, de cartón y envejecida, surge un mono que apenas si se anima a salir de su guarida. Sabe (y nos lo hace saber) que necesita del titiritero para ser. Nos regala en el piano a escala de su pequeño cuerpo, unas breves melodías y, a pedido de Orsini, se retira de la escena, no sin refunfuñar. Se lo puede imaginar con historia de pianista en bares lejanos en el tiempo. Los dedos de Orsini se desdibujan hábilmente, entre los hilos de esta marioneta, y con movimientos minuciosos y delicados, lo vemos pensar, vacilar y tocar un pianito de juguete.  Aparece luego, una suerte de almita perdida, diminuta, sin rostro. Una figura (marioneta) metafórica, que bien puede representar a cualquiera de nosotros, los espectadores, en alguna circunstancia desesperada. Sólo quiere volar un poco y luego se va. Para esta marioneta los movimientos son más largos y fugaces; sólo se aquieta ante el abrigo de su manipulador.
Los títeres de Rubén Orsini –por lo menos en esta versión- apelan a aquellos seres desposeídos, no sólo de bienes materiales sino de esos tesoros espirituales  que sólo el tiempo y el amor pueden aliviar. También está presente –por alguna íntima razón- la vejez. Y ahí está el marionetista, para infundir a sus criaturas piedad, tanta. De su mano llega un mendigo, de edad avanzada, hambriento y lastimado. Las manos de Orsini se enguantan para alimentarlo y, al mismo tiempo, son las del personaje. Los cuadros se suceden con gran intensidad, la música en todo momento enriquece las situaciones dramáticas y recalan en el humor, porque también las criaturas de Rubén Orsini pueden provocar la risa de la vida misma.

Uno con otro

En el espectáculo sólo vemos UNO: títere y titiritero. Uno le da vida al otro y éste le aporta su materia para simplemente ser y dejar de ser. El rostro de Orsini marca el pulso de las emociones en cada historia de vida: cuando acuna a un viejo enamorado, que se despide de su amada, por ejemplo. El personaje se construye con una cara, un saco y las manos del titiritero que se asoman de las mangas, para abrazar a una mujer con figura de madera, aunque a nuestros ojos es etérea. Casi hasta adivinamos que en su juventud pudo ser bella, a juzgar por su armoniosa figura. En este cuadro hay mecanismos muy interesantes, que se desprenden desde un sombrero del titiritero para articular un hombre que deberá empezar a duelar, aunque no solo. Hay más personajes: una dama de edad madura, que busca una noche de amor y se confunde con el cuerpo del titiritero en besos y pasión. Sólo una cabeza y un pilotín bastan para recrear la escena. Una antigua muñeca a cuerda, como salida de un circo de una época de antaño, que toca muchos instrumentos mientras entrecierra sus ojos; un títere equilibradamente animado con la técnica de manipulación directa. Sobre el final, el espectador conocerá a otro anciano, descreído, que sin embargo aprenderá que todavía es posible soñar. En este cuadro los mecanismos creados por Orsini son sorprendentes.

Hay pericia, creatividad y poesía en este material que nos brinda Rubén Orsini, con una enorme comprensión puesta en las vidas que anima. Ciertamente es un unipersonal bello, escrito para titiritero solista y marionetas que no hablan. No es necesario, son sus cuerpos los que dicen. De pie, con aplausos estruendosos, como para que este Rosarino (en apariencia tímido) vuelva a salir detrás del telón, el público se va asombrado, después de haber hecho catarsis frente a las distintas realidades de los protagonistas; hecho que subraya la excelencia de un artista, de cosecha nacional.
Ficha Artística:
Marionetas Orsini
Libro, interpretación y dirección: R. Orsini
Diseño de marionetas y objetos: R. Orsini

Funciones: viernes de noviembre, 20 hs.
Sala Raúl González Tuñón
Centro Cultural de la Cooperación – Corrientes 1543



* Periodista, crítica e investigadora teatral