Hay quien dijo que lo más profundo es la piel. Como sea, la piel es la frontera con el mundo. La superficie de la belleza y el lugar de las heridas. Aunque lo disimule, el ojo también es piel. Una particularmente vulnerable. El exterior/interior se organiza en la mirada. Este espacio tiene que ver con la construcción de un modo de mirar. Una forma de subjetividad a través de un modo de mirar teatro.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

2001


Almas Ardientes. Santiago Loza - Alejandro Tantanian  TMGSM Foto: Carlos Furman
El espacio escénico está dominado por un enorme marco trabajosamente cincelado que, sin embargo, encuadra el vacío. Acaso el vacío existencial de las protagonistas que vendrán. Un marco sin fondo, un espacio puro aire.
La primera imagen es un holograma (no lo es, pero parece que lo fuera) de María Onetto de cuerpo entero. Después de un instante, el holograma se desdobla en una fila de cuerpos, las otras mujeres, que se abren al espacio de la escena.
Desde allí, diferentes voces, primeros planos en imágenes captadas fuera de escena. La angustia fuera de escena. Música en vivo, música viva, a veces lírica, a veces murmurante, otras estruendosa. Estos son algunos de los recursos escénicos que componen el fresco (nunca mejor dicho, un fresco) de  Almas ardientes, la pieza teatral que acaba de estrenarse en el Teatro Gral San Martín y que conjuga los talentos del dramaturgo Santiago Loza, el director Alejandro Tantanian y la contundencia de actrices potentísimas. Nueve mujeres, nueve conciencias sordas.
Como si se tratara de cuerpos de un solo personaje, en el inicio de la pieza hay un desdoblamiento del discurso entre las diferentes actrices. Una se corta mientras cocina, la otra habla de la herida. No obstante, a medida que avanza la acción, cada una de estas mujeres adquirirá un perfil singular. Con ritmo sostenido enhebran dos niveles de discurso, uno absolutamente banal, otro metafísico, que pone en la superficie la soledad, el sinsentido de las protagonistas.
Una mano se extiende para encontrar el cuerpo del compañero y palpa el vacío. Otra mano, lastimada. La  piel que sustenta las huellas digitales, herida. Estos tajos que no cierran, estos músculos rotos, hablan de cuerpos. Cuerpos que ansían las manos de un masajista, portadoras de placer, de alivio. El único personaje masculino, investido de diversos sentidos en el desarrollo de la acción dramática, se mueve silente en este universo femenino. Un universo cerrado, autocontenido, pero inevitablemente atravesado por las disonancias de la realidad.
Un momento nodal, diciembre del 2001, se hace presente, irrefrenable, en las voces interferidas de la radio. Mutantes con harapos, dicen, saquean la ciudad. Cuerpos extraños que avanzan ominosos sobre las realidades fabricadas de estas mujeres. Sacuden ese mundo vano. Son voces que rompen la falsa conciencia. Voces que rompen ese aire burgués. Y un sol violento que quema las miradas.
Disuelto el fallido taller de escritura que las contiene falsamente, dispersas, desde sus casas, componen una partitura coral de teléfonos que suenan y diálogos que no dicen.
Y, de pronto, el acontecimiento. Una atmósfera barroca inunda la escena. Por un instante todo se invierte. Las mujeres descubren un más allá de sus mundos. Un silencio otro. Se purifican, ofrecen sus cuerpos, se vuelven infinitas. Algo ha pasado. El teatro lo revela.


Ficha Técnica

Autor: Santiago Loza
Dirección: Alejandro Tantanian
En escena: Mirta Busnelli, María Onetto, Analía Couceyro, Stella Galazzi, Maricel Álvarez, Gaby Ferrero, María Inés Sancerni, Eugenia Alonso, Paula Kohan y Santiago Gamardo.
Dirección musical: Diego Penelas
Vestuario: Oria Puppo
Escenografía: Oria Puppo
Iluminación: Jorge Pastorino

TMGSM sala Casacuberta.