Hay quien dijo que lo más profundo es la piel. Como sea, la piel es la frontera con el mundo. La superficie de la belleza y el lugar de las heridas. Aunque lo disimule, el ojo también es piel. Una particularmente vulnerable. El exterior/interior se organiza en la mirada. Este espacio tiene que ver con la construcción de un modo de mirar. Una forma de subjetividad a través de un modo de mirar teatro.

martes, 18 de septiembre de 2012

Rostridad


With all my lies. Martin Stranka. www.martinstranka.com

“No somos más que mentiras, duplicidad,  contrariedades, y nos escondemos y disfrazamos a nosotros mismos”, dice Pascal en sus Pensamientos. Siglos después, el genial Martin Stranka parece aludir a  rostros múltiples en esta fotografía que, no por acaso, se llama: With all my lies  (“Con todas mis mentiras”).
Luigi Pirandello propone personajes que ponen en foco las “máscaras” quizá indispensables para desenvolverse en el medio social. Escrituras engañosas sobre la piel. Rostros construidos que ocultan el verdadero. Su Enrique IV finge. Empecinadamente, finge. Otro es el registro del Stefano de nuestro Armando Discépolo. Ese triste músico inmigrante no simula, ha hecho carne su máscara. Él es su máscara, no hay duplicidad. Enfrentado a su fracaso, quebrada la imagen del autoengaño, la máscara cae. Entonces y sólo entonces, la ve. Después, la muerte.
El poeta cubano Octavio Armand dice bellamente: Se me cayó la máscara / se me cayó la cara / de la boca cerrada / una a una / se me cayeron la palabras / soy todo lo que queda de mí mismo.
La cara se destaca del fondo que la contiene, la cabeza. Como un paisaje que se recorta sobre un espacio agreste. Apenas unos rasgos configuran identidad. El rostro, portador y productor de imágenes, es lo colonizado. Ese lugar que se ofrece a la mirada y el lugar desde donde se mira. Forma atravesada por gestos sociales. La vida como un desfile de disfraces. Máscaras blandas. Pieles otras sobre la piel.
Acaso no haya ya  un rostro originario, el verdadero, oculto bajo formas artificiosas. Acaso la contemporaneidad, como una impresora enloquecida, pare series de rostros que se suceden. Rostro sobre rostro. Impresión sobre impresión. Lo que resta son meramente impresiones sobre un rostro perdido.