Hay quien dijo que lo más profundo es la piel. Como sea, la piel es la frontera con el mundo. La superficie de la belleza y el lugar de las heridas. Aunque lo disimule, el ojo también es piel. Una particularmente vulnerable. El exterior/interior se organiza en la mirada. Este espacio tiene que ver con la construcción de un modo de mirar. Una forma de subjetividad a través de un modo de mirar teatro.

domingo, 3 de junio de 2012

El látigo y el espejo

Frontispice d’Élomire hypocondre
Molière suivant l’enseignement de 
Scaramouche, Comédie Française
Estas dos figuras espejadas son nada menos que Scaramouche y Molière. La imagen corresponde a un panfleto denominado Élomire hipocondríaco (Élomire es el anagrama de Molière), la portada de una obra mediocre escrita deliberadamente para irritar al dramaturgo que en sus obras ataca ferozmente a los médicos. La leyenda inferior indica: Scaramouche maestro, Élomire estudiante. Más allá de su evidente intención paródica tiene un sesgo de verdad.  
De chico, Jean-Baptiste Poquelin (1622-1673) cruza de la mano de su abuelo el Pont Neuf hasta la feria del Saint Germain a ver las bufonerías de los saltimbanquis. Acaso son estas experiencias las que despiertan su pasión por el teatro. Como sea, el inicio de su carrera actoral está marcado por la Commedia dell’Arte que revitaliza el teatro francés con su gestualidad y sus frescas improvisaciones. Esto, mal visto por los academicistas, seduce a Molière. Admira a Tiberio Fiorelli (1608-1694), Scaramouche o Scaramuccia, que sale a escena completamente vestido de negro, “negro como la noche”. Le pide lecciones. 
Años después circula este libelo. Scaramouche, látigo en mano, obliga a su alumno a reproducir sus muecas. Molière sostiene un espejo que le devuelve su imagen refleja, una mueca burda que no condice con su rostro. La estampa burlona lo presenta totalmente dominado, intentando remedar torpemente los gestos de su maestro. Pero un perspicaz admirador del teatrista podría bien leer otra cosa.
La clave está en el látigo y en el espejo. La intimidación  que comporta  la presencia de un látigo expresa aquí  la tensión entre la imposición del modelo y el atravesamiento de ese patrón por el cuerpo del actor. El espejo, testigo infiel de los gestos del comediante, evidencia que el discípulo busca su imagen, su propia mirada a partir de la cual crear el personaje. Molière no es un imitador. Desdoblado en  espectador, se interroga. Como si buscara mirar lo que miran quienes lo miran. Este “estudiante”  no es meramente la versión fallida de su profesor. La imagen espejada miente.