Tempeste. Centro Cultural de la Cooperación |
Lo primero es el
naufragio. Una tormenta de lienzos traslúcidos y sonoridades habita el
escenario. Minúsculos hombrecitos transparentes son arrastrados por un
mar enfurecido. Este murmullo de telas,
pliegues y texturas, es la propuesta del grupo teatral Ensamble Tempeste y su
recreación de La tempestad de William
Shakespeare.
“El hombre que se desplaza modifica las formas que lo
circundan”, dice Borges. Es cierto, aquí los actores forman escenografías que se despliegan a su paso. El
propio cuerpo, ese lugar absoluto, el puro topos, es en esta estética cuerpo-espacio,
cuerpo-ilusión. Los cuerpos de sus actores manipulan y son manipulados. Se
expanden en cuerpos imposibles. Actores devenidos títeres, devenidos retablo.
Para gozar plenamente
de este teatro, el espectador debe dejarse llevar por el devenir de formas que
se mueven. Shakespeare fragmentado vuelve en un lenguaje otro. Lo sobrenatural,
lo mítico, el amor, las traiciones, la humanidad a la intemperie. Todo está
ahí, en formas que se disuelven y reconfiguran. Se articulan teatro físico,
danza y marionetas.
Títeres transparentes de cabezas multiformes marchan a
intervalos despertando la risa cómplice del público. Su marcha, rígida y confusa,
contrasta con los otros personajes que se
mueven como lazos. Sobre Próspero, envuelto en telas transparentes, flamea una bandera de tela sutil que flota en
el aire. El flamear a veces cambia el dibujo.
Lo mágico está en las figuras que se transfiguran. Ariel, el
espíritu del aire al servicio del soberano, se desmaterializa, deviene luz. En oposición
a Calibán, apegado a la tierra. Fernando,
hijo del rey de Nápoles, estalla en un grito detrás de la tela. Sus
formas se crispan. Fantasmagóricas. Miranda,
la hija de Próspero, tan etérea con su traje con cintas que se derraman, tiene
un aura de libélula. Danza su amor con Fernando. Sus pies se entrelazan
encadenando su deseo.
En el texto original, Próspero entierra su vara y resigna su
poder. Aquí, es despojado de su transparencia. Como privado de la magia y la
poesía, se vuelve una figura oscura, un titiritero que abandona la escena.
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