Portada de Teatralones, Emeterio Cerro, 1985.
diseño Rodolfo Azaro |
En esta imagen hay una poética.
Es una suerte de cartel en negro, con desniveles, donde resaltan en blanco las
letras del título: Teatralones; las
“A” y la “O” son espacios llenos de blanco o, lo que es lo mismo, son vacíos. Decisión
estética para nada azarosa en un teatro que sucede en esos años donde el horror
de la dictadura estaba escandalosamente próximo.
El motivo central de la tapa, esa
suerte de cuadrado mal recortado en cuyo interior asoma una figura fálica de
grandes ojos estrábicos, desorbitados, denota una mirada oblicua. Desmesurada. Superficies
de texturas diversas, densas, casi corporales. Fragmentadas, que intrusan unas
a las otras, conformando un conjunto inestable. Y, desde luego, todo negro
sobre blanco, blanco sobre negro. Un mundo de claroscuros enmarcado en una
especie de cortinado, por esta voluntad de Cerro de conservar las estructuras
canónicas para parodiarlas. Un telón formal y de pronto la irreverencia, el
fragmento, el cuerpo. En fin, el teatro Cerro.
Y en el extremo superior, acaso,
la sombra de Emeterio, un autor vigilante de un texto trabajado al detalle. Una
lengua a la vez lúdica y precisa. Una cabeza con orejas prominentes, quizás a
la escucha. Armonías y disonancias. Partitura de palabras encadenadas.
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