Touche, doc, Susana Torres Molina
Dirección: Elvira Onetto
Intérpretes: Mirta
Bogdasarian, Laura López Moyano y Ricardo Saieh
El camarín de las musas,
abril 2012
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Una proliferación de teléfonos ocupa la escena.
Multiplicidad de aparatos allí donde la comunicación está ocluida. Los
discursos reverberan, pero no dicen. Rebotan como luz en el espejo. Lo
cotidiano, vaciado, genera extrañeza.
Tres son los
personajes de Touché doc, la pieza de Susana Torres Molina que se presenta por
estos días en Buenos Aires. Leticia, una joven artista plástica con fantasías
paranoides, su madre, Celia, y un psiquiatra singular, entrampados en una malla
de hilos quebradizos. La relación
simbiótica en que madre e hija se confunden se resiste a ser intervenida por
quien resulta ser un “doc” absolutamente inoperante. Una puerta falsa, móvil,
le da una dinámica particular a ese mundo que se cierra empecinadamente al
exterior. Es apenas una válvula que regula la entrada y salida del terapeuta. Una
música que irrumpe con un volumen excesivo impide a veces la escucha. Acaso
porque lo que se dice es una cháchara
que poco modifica a los interlocutores.
El terapeuta, de quien sabemos al final que se llama Daniel,
pero que han llamado Mauricio durante toda la pieza, y esto no es un detalle
menor, es permanentemente descolocado por la paciente y su madre que advierten:
“Nosotras también diagnosticamos”. En una escena hilarante, el conjunto que
conforman estos tres desalineados protagonistas entona “La mar estaba serena…”.
No está serena esta mar de conexiones
revueltas. Al trastocamiento que opera invariablemente en el humor, explotado
espléndidamente por las actrices, se
agrega otro trastocamiento. En este delirio es el psiquiatra el que será
“tocado”, descubierto en su interioridad
y transformado. Es el que se sale de la telaraña. Abandona su práctica y parte
en pos de su deseo.
Acaso un objeto plantado en medio de la escena condensa en
sí la trama que teje la dramaturga. Un almohadón tejido sobre una silla se va
devanando sobre el respaldo. Madeja que se “desmadeja” en una red confusa y que
parece fija allí, enmarañada, con pocas chances de cumplir su destino: el de
tejer un nuevo sentido.