Salomé de Chacra, Mauricio Kartun |
Un tinglado de chapa, un altarcito. El sonido del viento que
arrastra la tragedia. El actor empuja trabajosamente el tinglado y se abre un
retablo denso, recargado de flores artificiales, cabezas de vaca, cartas,
jaulas, baldes, velas. “A lo bruto” empieza la historia. Así se abre esta
trasposición “guasa” de la Salomé bíblica a la pampa argentina. Personajes
llenos de sangre, “puro salpique”.
Se repone en el Teatro San Martín la Salomé
de Chacra de Mauricio Kartun. En esta pieza lo sagrado y lo kitsch se articulan en un cocktail más
que poderoso. Lo farsesco dice siempre más allá de lo que dice.
Aquí el Bautista está encerrado en un aljibe. Su voz llega
desde el pozo. Perturbadora. Más allá del tratamiento fabuloso del lenguaje, una
marca Kartun, me atraparon las acciones teatrales. Múltiples. Sostenidas por
una sólida estructura parecen naturales. Como el balanceo pendular de los
cuerpos de los personajes o la concatenación entre el ritmo con que Osqui
Guzmán dice “parejito” con el ritmo que mueve el zapato de taco de Salomé
mientras juguetea con sus piernas en su trama de seducción.
Salomé quiere “ver” la voz del Bautista, su objeto de deseo.
Quiere poseer esa voz: “ser mito en la cabeza del mito”.
La danza mítica, aquí
devenida el “bailecillo de siete pelos”, ocurre fuera de escena. Acaso porque
pertenece al orden de lo que los trágicos griegos consideraban obsceno, lo que
debe ocurrir fuera de la vista del espectador, como la muerte violenta. La
danza de Salomé es “obscena” porque porta el germen del asesinato del Bautista.
El narrador nos la cuenta. En su relato, el brazo de Osqui deviene el pelo
de Salomé, un brazo que se agita más allá de la voluntad del personaje. El
brazo incontenible es el pelo que se suelta, el deseo, el baile mismo, “el
éxtasis rosé”. Su propio deseo que se cruza. Aparecen luego Salomé y Herodes.
Los cuerpos sudorosos. Él lleva puesto el guante rosa, que condensa el deseo
por Salomé que lo ocupa. Y Cochonga
sospecha: hay olor a fruta macerada.
Salomé besará finalmente la boca que se le rehúsa. La boca muerta en la
cabeza del Bautista. Poseerá, sin embargo, sólo los bordes de un agujero. Nunca la voz.