Molière
como César
|
Jean-Baptiste Molière Poquelin quiere ser un trágico
pero fracasa. Sufre de una especie de hipo que le entorpece las grandes tiradas.
Tampoco tiene un físico de héroe clásico. Pero posee una máscara
extraordinariamente expresiva que sabe explotar al máximo para hacer reír.
Una descripción contemporánea: “Ni
gordo ni flaco tenía la talla más grande que pequeña; porte noble, buenas
piernas, la nariz grande, boca grande, labios carnosos, la tez mate, las cejas
espesas y retintas y los diversos movimientos que él les daba volvían su
fisonomía enteramente cómica. La naturaleza, que le había sido pródiga en
cuanto hace al humor, el talento y la gracia, le había rehusado los dones
exteriores tan necesarios en el teatro, sobre todo para los roles trágicos. Una
voz sorda, inflexiones duras, una volubilidad al hablar que apresuraba en
exceso su declamación, lo hacían en este aspecto muy inferior a los actores del
Hôtel de Bourgogne. Tuvo muchas dificultades para triunfar sobre estos defectos
y no se corrigió esa volubilidad tan contraria a la bella articulación, sino
por continuos esfuerzos que le trajeron aparejado un hipo que conservó hasta su
muerte y del que sabía sacar partido en ciertas ocasiones”.
Sabe convertir sus deficiencias
en recursos para la escena. Cuando el deterioro de su salud se hace evidente,
utiliza la tos persistente que lo aqueja como un instrumento más de su juego
escénico. En El avaro le hace decir a
un personaje que su Harpagon tiene un catarro que "le sienta bien y tose
con mucha gracia”.
En el otoño de 1658, Molière se
presentan al rey, la reina madre y los actores del Hôtel de Bourgogne. Lógicamente, hacen una tragedia: Nicomede de Corneille. El rey se aburre.
Esto pasó. “…una vez concluida dicha pieza, el jefe del elenco [Molière], que
también ejercía la función de orador, apareció nuevamente en escena, y después
de agradecer a Su Majestad la bondad con la que había querido disimular sus
defectos y los de toda la compañía confesó que el honor de divertir al más
grande rey del mundo les había hecho olvidar que Su Majestad disponía de
excelentes originales [los actores del Hôtel de Bourgogne, allí presentes] de
los que ellos eran débil imitación. [Y suplicó] a Su Majestad los autorizara
para que ofrecieran una de esas pequeñas distracciones que les habían procurado
cierta reputación y con las cuales regalaban a las provincias”.
Presenta El Doctor Enamorado. El monarca se ríe. A carcajadas. Ordena que la
compañía se instale en París; en la sala del Petit-Bourbon, nada menos. Se
inicia una relación inédita entre un actor y un rey.