El rey se muere, Eugène Ionesco. CCC, 2011 |
Ante el deceso de un rey, sus dos cuerpos se separan y el
cuerpo político inmortal se anida en otro cuerpo natural. Los signos externos
de la unción divina están en los atributos: la corona, el cetro, el manto.
Estos atributos devienen patéticos en el rey en ruinas creado por Ionesco.
En la puesta que Lía Jelín hizo de esta pieza en el Centro
Cultural de la Cooperación en 2011, mi
mirada se detuvo en uno de esos atributos: el manto real.
En el manejo del manto se
patentiza el camino irreversible de despojamiento que culmina con la
muerte del rey. Aquí el manto es discurso. El largo, largo manto
que zigzaguea detrás suyo. Lo maneja con cierta torpeza, pero no importa, es el
rey. Cuando le anuncian su muerte, vacila, se defiende, se olvida de ese
apéndice que lo sigue y que ahora manejan los demás. La muerte lo espera entre bambalinas. El monarca
se enfurece. Vocifera. Los cortesanos se cuelgan de su manto y lo despliegan
como una bandera. Paso siguiente, lo pierde, es el manto el que lo abandona.
Expuesto, desvestido, queda reducido a una suerte de cuna en la que intenta
desesperadamente aferrarse al cetro que le dejan por condescendencia.
En su decadencia, el personaje se “desenviste”. El manto de
la soberbia degrada en ropa interior. El trono en una silla de ruedas. Lo que sigue es el trono vacío y el momento de la muerte. La muerte
real y la muerte simbólica se significan en un juego de telas que cubren y
descubren. El rey
ya entregado se deja llevar, trastabillando, al que fuera su trono. Le cuesta
articular palabras. El lenguaje se disuelve en éste, su momento final. Disuelto el lenguaje, la carne se ordena en
materia.
De este proceso por
el cual el soberano pierde el cuerpo segundo y sublime que hace de él un rey, y
enfrenta su precaria subjetividad,
plasmado dramáticamente en el manto trata mi escrito El manto del rey publicado en la revista Palos y Piedras N° 12 http://www.centrocultural.coop/revista/articulo/255/