Hay quien dijo que lo más profundo es la piel. Como sea, la piel es la frontera con el mundo. La superficie de la belleza y el lugar de las heridas. Aunque lo disimule, el ojo también es piel. Una particularmente vulnerable. El exterior/interior se organiza en la mirada. Este espacio tiene que ver con la construcción de un modo de mirar. Una forma de subjetividad a través de un modo de mirar teatro.

domingo, 7 de abril de 2013

El saquito rojo



Pueden dejar lo que quieran de Fernando Rubio www.festivaldeteatroba.gob.ar

Cuerpos que son ropas, ropas que son cuerpos. Los personajes acostados (¿muertos?) se invisiblizan en el piso tapizado de ropas. Mimetizados con el territorio de texturas y colores, sólo aparecen cuando se ponen de pie como si surgieran ante un llamado silente.
Avanzo sobre ese tendal de prendas que cubre todo el espacio escénico. Es inevitable pisarlas, no importa cuán cuidadosa sea. Una sensación de extrañamiento me invade ante la conciencia de pisar la ropa de alguien. Acaso similar extrañamiento al que expresan los personajes: “No reconozco este lugar -dicen- en el que  vivo”.
Las ropas son historias. Cada una tiene  una nota que cuenta la anécdota que habitó esas telas: la alegría cuando estrenó aquel saquito, la camisa del momento último… Telas que rozaron cuerpos, que conservan las formas de sus gestos. Telas, entonces, que testimonian cuerpos ausentes. El lenguaje silencioso de las ropas se apodera de la atmósfera.
Lo que uno ve en Pueden dejar lo que quieran, la obra-instalación que Fernando Rubio presenta por estos días en Buenos Aires, lo afecta emocionalmente. Y, a la vez, la emoción abre la mirada.
Es la tragedia de un hombre. De todos los hombres ante la irreversibilidad de la muerte. Boltanski[1], así se llama, pierde a su familia en un accidente e intenta recuperarla a través de su ropa. Cada prenda porta una historia de vida  y él se dedica amorosamente a reconstruirla. Porque sintió que era la forma más precisa de amor que había encontrado. Toda ropa tiene algo espectral. El fantasma de los cuerpos que abrigó. Las huellas de esos cuerpos amados.
Él, tan espectral como sus propios muertos, involucra a un grupo de extraños. Extraños que dicen su pérdida. Misteriosamente, todos sueñan su sueño.Y lo dicen coralmente. En un relato múltiple que se singulariza con el mero correr de cortinados de ropa que divide  la escena en cubículos. Pequeños cuartos donde los personajes van rotando, apropiándose de  la narración. La escucha se hace íntima. Una misma historia es narrada sincrónicamente por todas las voces. Pero el relato que sucede en el cubículo vecino se filtra con sutiles desajustes de tiempo. Palabras que atrasan, palabras que adelantan, iteraciones.Voces más próximas o más lejanas cuentan la misma historia desfasada. Un lenguaje espacializado por los cortinados de ropa con mínimas discordancias temporales que lo fragmentan y multiplican. Sin embargo, el lenguaje no es la vida, el lenguaje da órdenes a la vida.
El universo poético de Rubio opera sobre el lenguaje  para deshacer las órdenes que el lenguaje le da a la vida. Nos unen las historias. Pero hay siempre un más allá no dicho, inaprehensible en cada historia.




[1] Homenaje a Christian Boltanski, fotógrafo, escultor y cineasta francés. Presentó en  el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires la instalación “Migrantes”.