Gabriel tiene el
talento de hacer de su herida una sonrisa que se abre al mundo, Alain Gautre |
La
belleza no tiene otro origen que la herida
Jean Genet.
Ahora instala a su personaje, Piola, en uno de esos no-lugares del que nos habla Marc Augé, el aeropuerto. Aquí el lugar del orden y del control.
Ese espacio donde uno deviene una mera presencia circunscripta al orden asignado, el del próximo lugar en la fila. El siempre sospechado, el de la identidad negada, siempre intentando demostrar quién se es.
¿Pero quién se es? No nos parecemos en nada a ese tres cuartos de perfil que exhibe nuestro pasaporte; la imagen ficticia de nuestra identidad legal. Nuestro tiempo personal es robado y quedamos sujetos a los carteles efímeros que anuncian ininterrumpidamente salidas y arribos. Nuestro destino está en manos de la voz excéntrica de los altavoces que nos habla en un idioma ininteligible: una lengua internaciogutural, define Chamé.
Al despliegue inagotable de recursos que genera estallidos de risa, al juego de mutua de potenciación de energía con el público que propone el teatrista, se suman momentos de profunda melancolía. Piola es un poeta triste sentado sobre su pila de valijas mirando un cielo ficticio.
Su voz se expande y se multiplica en resonancias inesperadas por medio de un micrófono que resulta en malentendidos en el discurso. Sueña ser otro, seductor, su cuerpo adornado de perfumes, en ese paraíso del consumismo que es el free-shop. Pero la magia se rompe. Temporalmente es despojado de su nariz roja. Despojamiento como un desgarro. Y el ojo intrusivo de una cámara se acerca de un modo inaudito a su rostro. Con violencia extrema busca traspasar la piel.
La voz de Batato Barea recita un poema de Alejandro Urdapilleta. Chamé hace música. Con su cuerpo, con instrumentos. Chamé es música.
Y hay una cajita. Una cajita que porta la palabra de Dios. Dios, ese gran dramaturgo.