Yerma. Federico García Lorca.Teatro Nacional Cervantes, 2012 |
Difícilmente haya dos personajes
tan distantes como Yerma, la
joven sufriente de la pieza de García Lorca, y La señora Macbeth, reapropiación de la legendaria lady Macbeth
shakesperiana por nuestra genial dramaturga Griselda Gambaro. Sin embargo, oblicuamente
se cruzan. Las dos están “yermas”, la lorquiana, más que infecunda, está
infecundada. La responsabilidad de la falta de hijos recae sobre su marido, un
hombre de esos “hechos con saliva” que ella no desea. Yerma maldice su cuerpo,
que no le responde. De muchacha esperanzada, la protagonista deviene en una
mujer dura que teme “volverse mala”. Pasa de sentirse vacía a estar llena de
odio. De aquella joven que se miraba en los ojos de su marido para
verse “muy chica, manejable, como si yo misma fuera hija mía”, pasa a
masculinizarse hasta no reconocerse: “…cuando paso por lo oscuro del cobertizo
mis pasos me suenan a pasos de hombre”… “acabaré creyendo que yo misma soy mi
hijo”; a desear tener un hijo sola: “¡Ay, si los pudiera tener yo sola!”.
Asesina a su marido y al hacerlo exclama: “Yo misma he matado a mi hijo”.
El vientre yermo de la señora
Macbeth es la consecuencia de la lucha por el lugar. En ella también hay un
proceso de masculinización. El camino a la infecundidad de la protagonista
tiene tres etapas. Primero dirá: “Yo le daré hijos a Macbeth porque los hijos
de Macbeth serán reyes…”. En un segundo momento reniega de esta elección: “¡No!
¡Sin hijos! ¡Que se mueran mis hijos si los tengo! ¡Yo seré la hija de
Macbeth!”; esto es, ella se propone como su heredera. En una tercera instancia,
expresa su propio deseo de poder: “Me engendraré a mí misma. ¡Yo seré reina con
poder de rey!”
Estas mujeres yermas son muy
diversas, pero las dos pasan de un lugar subalterno, el lugar de hijas, a metamorfosearse,
a un “entre” en el que sus identidades se rajan. Un cierto extrañamiento las
afecta. Atravesadas por la ambigüedad, se engendran a sí mismas.